Javier Milei entierra con un abrazo en el Vaticano la campaña de descalificativos al papa Francisco | Internacional
El papa Francisco y el presidente de Argentina, Javier Milei, han enterrado públicamente sus diferencias y se han saludado y abrazado este domingo tras la canonización de la primera santa argentina. El gesto podría considerarse el deshielo de las relaciones entre ambos, que se reunirán el lunes oficialmente en el Vaticano, marcadas por un tiempo en el que el ahora mandatario descalificaba al Pontífice, tildándole de “representante del maligno en la Tierra”.
La escena no estaba prevista. O, al menos, la foto de ambos se esperaba para el lunes, cuando se producirá la reunión oficial. Pero una vez terminada la eucaristía en la basílica de San Pedro del Vaticano, el Papa fue trasladado en silla de ruedas por sus problemas de rodilla hasta el lugar en el que el político había seguido la misa, a su derecha, en primera fila ante un reclinatorio. Fue en ese momento cuando Milei se levantó para estrecharle la mano e, incluso, darle un abrazo. Ambos han mantenido una breve y desenfada charla mientras reían.
El de este domingo es el primer encuentro entre ambos líderes y había generado una gran expectación. Milei había atacado en varias ocasiones a Francisco, alineándose con la corriente ultraderechista global, que siempre vio en Bergoglio un enemigo de sus intereses económicos y espirituales. Desde el expresidente de EEUU, Donald Trump, al propio Matteo Salvini, líder de la Liga, habían reservado gestos de desprecio a este pontífice. Pero Milei fue mucho más allá llamándole “representante del maligno en la Tierra”.
El tono y los insultos, sin embargo, cesaron a su llegada a la Casa Rosada el pasado diciembre y este sábado expresaba en Radio Mitre su voluntad de tener “un diálogo muy fructífero” con el Papa, a quien ahora ve como “el argentino más importante de la historia”.
Bergoglio, siempre extremadamente cuidadoso con los asuntos que tienen que ver con su Argentina natal, nunca entró al trapo de los ataques y restó importancia a sus palabras. De hecho, le telefoneó para felicitarle por su triunfo el pasado noviembre. Este domingo, además del abrazo final, los dos tenían previsto un encuentro breve y protocolario antes de la misa en la sacristía de la basílica de San Pedro, del que no ha trascendido información.
El momento más esperado tendrá lugar este lunes, a partir de las nueve de la mañana, cuando Francisco le reciba en el Palacio Apostólico en audiencia a puerta cerrada. Sobre la mesa, tal y como ha avanzado el mandatario, estará entre otras cuestiones el posible viaje del Papa a su país natal, adonde no regresa desde su elección en el cónclave del 2013. Milei ha llegado a Roma desde Israel acompañado por la secretaria general de la Presidencia, su hermana Karina Milei, y sus ministros de Exteriores, Interior y Capital Humano, además de su secretario de culto, entre otros.
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La ‘lepra’ del alma
Francisco presidió en la basílica de San Pedro la canonización de la laica consagrada María Antonia de San José de Paz y Figueroa, conocida como Mama Antula, y en su homilía recordó el pasaje en el que Jesús sanó a un leproso, representación de los marginados modernos. “No pensemos que son solo cosas del pasado. ¡Cuántas personas que sufren encontramos en las aceras de nuestras ciudades! ¡Y cuántos miedos, prejuicios e incoherencias, aun entre los que creen y se profesan cristianos, contribuyen a herirlas aún más! También en nuestro tiempo hay tanta marginación, hay barreras que derribar, lepras que sanar”, sostuvo.
En este sentido, llamó a “tocar” a esas personas que sufren y a no “reducir el mundo en ―dijo― los recintos de nuestro estar bien”. “En estos casos tengamos cuidado, porque el diagnóstico es claro: se trata de lepra del alma; una enfermedad que nos hace insensibles al amor, a la compasión, que nos destruye por medio de las gangrenas del egoísmo, del prejuicio, de la indiferencia y de la intolerancia”, avisó.
Pocos minutos antes, el pontífice había pronunciado la fórmula en latín con la que subió a los altares a Mama Antula, a la que se le reconoce una ardua labor social y religiosa en las tierras argentinas del siglo XVIII, antes de su independencia española. Pero también agradeció su trabajo por mantener vivo el legado de la Compañía de Jesús, a la que pertenece el propio papa, tras su expulsión de la Corona Española por orden del rey Carlos III.
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